Ante cada acontecimiento que vivimos, por pequeño que sea, sentimos una o varias emociones, las cuales pueden ser hasta contradictorias entre sí. Este sentir nos permite posicionarnos ante las vivencias del día a día, nos conectan a lo que necesitamos en cada momento (si las escuchamos).
Conectar con la emoción me permite conectarme con lo que necesito, dándome la oportunidad de decidir cómo gestionar mi necesidad. Si no conecto con lo que siento, no me doy cuenta de mis necesidades y no puedo decidir de una forma consciente como gestionarme, estaría reaccionando sin decidir y actuando desde la inconsciencia.
Hay tres aspectos fundamentales a la hora de gestionar mis emociones:
Todas mis emociones se acompañan de una sensación física que puedo localizar y con unas cualidades físicas que puedo reconocer. Aprender a escuchar y a reconocer esas sensaciones es fundamental para ser consciente de lo que estoy sintiendo.
Tras haber reconocido lo que siento, tomo la emoción y la acompaño, es decir acepto lo que estoy sintiendo en este momento sin pretender cambiarlo o modificarlo, dejo sentir la tristeza o la alegría sin negarla ni alimentarla, no lucho ni a favor ni en contra, le doy espacio y dejo que este ahí sin juzgarlo.
Cuando sostengo mi emoción (mi tristeza, mi alegría, mi miedo, o mi enfado) es muy importante darme el tiempo necesario, darle espacio y tiempo para que se manifieste.
Una vez reconocida y aceptada la emoción, puedo saber que necesito, decidir conscientemente que hago con ella y como la expreso o la vivo conmigo mism@ o con el otr@. La gestión de la emoción me permite completar el proceso, nutrirme de lo experimentado, completar mi ciclo de necesidad y reequilibrarme a nivel interno y con el medio.
Más que suprimir las emociones si nos generan malestar, deberíamos escucharlas con todo su significado, pues son nuestras grandes aliadas.
Acercarnos a ellas, tantearlas, mirarlas y hacernos cargo de ellas es una manera de corregir pasados, presentes y futuros.
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